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05 febrero, 2006

2º Lugar Certamen Internacional de Cuento Visceralia 2006

Un tiroteo en casa de la Sra. Noemí
Autor: Maik Ávila



UN TIROTEO EN CASA DE LA SRA. NOEMÍ

Para Josmy

El sargento Frúcfran, pegado a las latas, aventura un ojo en el filo de la casa: desde aquí hasta la mata de manzanitas que se ve chiquita allá en el fondo, el patio está sin un alma. Para qué negarlo, piensa; eso le alivia la respiración. El sargento ya les señalaba con la mano a los suyos que lo siguieran cuando ¡cucucuidado mi sasargento!, el sargento se tira detrás de la pipa de agua disparando hacia la ventana en la cual se habían asomado los brazos de dos malos, ¡pa! ¡pa! ¡pa! ¡pa!, el tiroteo dura y dura hasta la ronquera casi. Luego, un descanso, un silencio de ambos bandos para reponer la voz que es casi como decir reponer las balas. El sargento respira detrás del tonel que milagrosamente no deja escapar el agua por los múltiples orificios seguramente causados por los impactos. Voltea Frúcfran: el cabo Estróg (un subalterno) aceza bajo la cayena, con el brazo a dos cuartas de un mojóndeperro seco. Aguanta la risa el sargento al percatarse de dicho detalle porque, en caso de burlarse de él, el cabo Estróg lo acusa y ¡pa’dentro Junior!, fin de la aventura por el día de hoy. Los otros dos buenos que lo acompañan se escudan tras las gaveras de refrescos. Leo sosteniendo al Nono que quiere salir a disparar, a que lo maten, y aunque viéndolo bien él lo que hace siempre es estorbar, sería uno menos en las menguadas filas de los buenos: la moral se resquebrajaría aún más.

El cabo Estróg mira al sargento como diciéndole qué hacemos mi sasargento, o como diciéndole ah veverga Jujunior estáis agüeboniao, la propróxima vez soy yo e-el jefe. De pronto, una figura fucsia se lanza a atravesar el patio y el sargento ¡pa! ¡pa! ¡toñao! ¡toñao!; la figura fucsia llora con arrechera: uno menos de los malos. Sonríe grillúo el sargento.

Pero ahora... ¿a dónde va el cabo Estróg arrastrándose? (Ya le pasó por encima al mojón, como él no es quien lava, ahora lo acuso), se arrastra, se arrastra, desbarata un hormiguero, se arrastra, llega hasta la mata de guayabas y comienza a trepar. El sargento no lo regaña ni le dice nada porque sabe que, si le habla, los malos descubrirán el movimiento y Estróg es hombre muerto, pero está esperando a que el cabo voltee para acá para mentarle la madre con la mirada, qué importa que la progenitora de Estróg sea la misma señora María madre del propio sargento: cuando uno está cumpliendo su deber de policía no puede andar con sentimentalismos tontos, eso es de hembrita.

Y el sargento no es hembrita y se ríe al darse cuenta de que su memoria le dispone ese miércoles que recién pasó, cuando le tumbó al Chicho (de frente) a Karina, después de prestarle a ella la petaca pa’ que se la llevara. El sargento tiene en el chor la carta de anoche, esa que ella le devolvió esta mañana, y confía en que la mujer de sus ilusiones estará allí a las ocho. Se sonríe y alza la vista y ve una joroba blanca en el cielo y en mitad de la joroba está la figura a contraluz del cabo Estróg que avanza cauteloso, encaramado en las latas del techo para sorprender al grupito de malos emboscados dentro de la casa. El sargento se ríe: sabe que los malos no se lo esperan, buena idea del cabo Estróg, hay que felicitarlo a lo que termine todo. El cabo se agarra duro de la antena de televisión (fabricada con un palo y dos tapas de ventilador), se agarra con una mano y un pie, y deja guindar medio cuerpo, mete la mano por la misma ventana en la cual antes asomaron los malos, ¡pa! ¡pa! ¡pa!... pero fracasa. En la parte de atrás de la casa estallan las risas sanas y salvas y jodedorcitas de los malos. El sargento y los otros dos buenos salen a insultar al cabo Estróg que se descuelga por fin del techo y aterriza en un matero grande que queda convertido en dos medios materos chiquitos.

“¡Por vos, por vos, casi nos rejoden, mardito!”

“¡Seguime grigritando pa’que veáis cocomo le digo a mamá queque me templaste el pepelo y me revolcaste, gorda piona!” (Mardito Alecsande, dejá que te agarre descuidao).

El sargento tiene una idea estratégica profunda. Deja a Leo y al Nono cuidando al preso Rísmil y le advierte a Leo que no esté queriendo manosear a Rísmil que en realidad se llama Maryenis y es alborotadita, porque si se pone bobo se le escapa. Leo asegura que váyase tranquilo mi sargento y ya están Frúcfran y el cabo Estróg en el callejón de la casa, encaramados encima del montón de piezas de carrocería pecosas de óxido que cortan el paso, el sargento riéndose por dentro del hecho de que Leo ni siquiera nombre técnico tiene, pendejo; cuando cada quien –buenos y malos– había escogido el suyo y le preguntaron y vos cómo te vais a llamar, dijo: Leo, qué más. El cabo, en cambio, no se ríe por dentro pero ya le puso el ojo a uno de los platos de majarete que están enfriándose en la primera ventana junto a la cual tienen que pasar, y dos segundos después no es el ojo lo que le pone sino la mano, y medio instante más tarde tampoco es la mano sino los dientes. Se quema. El sargento lo manda a callar, que los descubren, quién ha visto un cabo de la policía llorando, ma ma marico y si me quemé llora el cabo Estróg. Siguen avanzando. Pasan junto a la segunda ventana y de la casa sale un ¡pa!, de la cocina, y tanto el sargento como el cabo apuntan pero con un demasiado tarde pintado en las caras. Respiran, sin embargo, al ver que no eran los malos sino el mardito vacilador del Naik, el hermano grande de Josmi (Josmi es Trág, el jefe de los malos); Naik los vio por la ventana mientras se lavaba las manos en el lavaplatos y los asustó con su pá, marico Naik nojoda. Siguen avanzando.

A la una, a las dos y a las ¡saltan! ¡Pa, pa, pa, toñao, toñao! disparan barriendo con quien sea que esté en el patio, menos con la señora Noemí que está en la batea y no les hace ni caso, aunque según las leyes de la puntería profesional debería haberse ido de jeta encima de la espuma de lavar. Ahora se escuchan las carcajadas al otro lado, en el frente de la casa. ¿Será posible que nos vacilen siempre? ¡Segurito que rescataron al preso y mataron a Leo y al Nono!

El sargento y su hermanito menor el cabo Estróg quieren salir pidiendo taima, pero Trág el cabecilla de los malos les grita desde allá desde no verlos: ¡no hay taima! y los otros malos, llamados You, Frínfil y ¡el propio Rísmil, el preso –ahora liberado–, por lo visto! les hacen uhú uhú mamando gallo, y se carcajean. El cabo y el sargento se miran con ganas de matar a esos desgraciaos. Voltean velozmente al oír un jadeo a sus espaldas, apuntan rápido, esperen, soy yo soy yo, es Leo con la lengua de corbata por la carrera, se salvó, no es tan pendejo después de todo. ¡Pendejo, dejaste ir al preso! Mi sargento, perdóneme, me cayeron entre todos, al Nono lo mataron, yo me les pude escapar de casualidad.

Quedamos tres contra cuatro, piensa preocupado el sargento. ¿Y qué se hicieron ellos? Yo los vi que cogían la calle, creo que iban pa’que Claret a pedir agua. Claro, piensa el sargento, saben que, si beben aquí, los rejodemos descuidaos. ¡Pero eso es picardía!, dice. El cabo Estróg le aclara pepero sa sargento, los malos hacen picardía po po porque paeso son los malos. Y el sargento Frúcfran entiende entonces que están perdidos. La única oportunidad que les queda es irse pasito a poco hasta que Claret y agarrarlos descuidaos. Les comunica su plan a sus dos compañeros y se ponen en marcha. Con gran cautela avanzan hasta el frente, encorvados, abren cuidadosamente para que no chirríe el portón, salen a la calle de arena, oyen un motor que viene, se pegan al bahareque de enfrente para que pase con toda su bulla el camión de pepsi, aguantan hasta la respiración a medida que les va quedando más y más cerca el portón del garaje de que Claret, y más cerca, avanzan con los cuerpos y las mejillas pegadas al muro, ahí viene la mancha en la pared (de cuando Petróleo borracho se abrió la cabeza contra ella), pasan la mancha, aquí viene la ese de se vende esta casa, pasan la última a, aquí viene el portón. Se detienen. Tienen que entrar con cuidado, no sea que los estén esperando. Se mueven un centímetro, en fila pegados aún a la pared de la casa de al lado de que Claret, otro centímetro... Y entonces ¡pa, pa, pa! Se oye a sus espaldas, ¡todos se tiran al suelo!, el sargento Frúcfran se barre beisbolista levantando un tierrero y aterriza entre los pies de una vieja que iba pasando, pa, pa, pa, y la vieja ¡muchachos del coño, a que te acuso con tu madre, gordito, me hubieras tumbao, me hubieras tumbao, vos no sabéis que yo sufro del corazón! Se pierde rezongando más allaíto, en la entrada de su rancho y entonces el sargento, el cabo y Leo, tirados en la calle de arena, se dan cuenta de que los tiros que originaron el incidente los hizo Nono, mardecío coñito, andá vete pa´llá Nono que a vos te mataron, desde cuándo, pa pa pá dice el Nono apuntando y ahogado de la risa, por eso es que a mí no me gusta jugar con carajitos de cuatro años.

A todas estas, los malos no han recalado por ninguna parte, qué se habrán hecho. El sargento Frúcfran imparte instrucciones nuevas, vos Leo vais a entrar a que Claret a revisar y si los veis los chuleáis pa’que te persigan. Álex y yo esperamos escondidos detrás del bahareque y cuando salgan los matamos a todos. Comprendido, mi sargento. Sasargento, sasargento, alza la mano al cabo. Qué pasa, pregunta Frúcfran. Pa’la próxima, yo no me llamo Álex, yo me llamo cabo Estróg. Tiene razón, cabo, disculpe la molestia. No hay proproblema mi sargento.

Leo entreabre el portón, sudando, su mano agarra el borde y lo va abriendo lento, lo abre un centímetro, sintiendo los latidos en la garganta, en las sienes, abre otro centímetro más, late en las muñecas, hasta en las orejas, abre un poquito más, sudando, como si fuera él una figura de piedra despertando, como si no se tratara de abrir un portón sino de desarmar una bomba. Leo está en cámara lenta, y así entra. Lo único que ve es el callejón de la casa vacío y muchos cauchos amontonados allá en el fondo, atrás. Mira al techo, nervioso: nada. Mira hacia arriba de la enramada. Nada. Sólo el chungchungchungchung del ventilador al que le falta aceite, sonando desde el cuarto, dentro de la casa. Oye allí ruidos bajitos, voces como cuchicheando, y se pone mosca. Cierra un ojo y aplica el otro a la rendijita que deja la cortina y la boca se le va abriendo boba poco a poco porque el hilo de su mirada se ha conectado con la pantalla resplandeciente de un televisor del cual provienen los ruidos mínimos, porque está a bajo volumen, y en el cuadrado luminoso unos pistoleros acribillan bajito a un policía que susurra un grito, sin esquivar detalles sangrientos; la caída de la víctima se congela diminuta en la pupila de Leo, y siente que la escena es para él, para sus ojos y sus oídos aguzados, y también para algo que empieza a despertársele por los lados del miedo, cuando nota algo duro encajado detrás del cuello, ¡pa, pa!, muerto Leo, eliminado por el propio Trág, el jefe de los malos. Pero con los tiros y el olfato y el instinto se ha despertado el dóberman de Claret, y tanto el muerto como el que lo mató tienen que correr a ganar la calle con peligrosos ladridos a dos centímetros de sus fondillos, rápido, rápido, a la verga.

Desde el bahareque, el sargento y el cabo se asustan al oír la gritería y los ladridos, tanto que hasta se olvidan del plan de ataque y salen corriendo a esconderse en el patio de la Sra. Noemí, antes de que los malos los vean y los eliminen también. Oyen carreras a sus espaldas y, sin voltear a mirarlos, saben que son ellos, los malos. Rápidos, se meten por lo más espeso de las matas. El patio de la casa es enorme, afortunadamente. Rompen una que otra telaraña mientras avanzan agachados. Llegan al final del patio. Respiran. Aquí están a salvo por ahora. ¡Pero esto no ha terminado! Escuchan, alertas. Las voces de los malos están preparándose allá, dentro de la casa. El peligro continúa. El sargento Frúcfran aparta con cuidadito unas hojas y por el hueco ve venir a la mamá de ambos (él y Estróg), la señora María: andá haceme un mandado, Álex, despojando a Frúcfran del último de sus compañeros. Ahora estará solo, frente al grupo de los malos. Mejor se hubiera metido a malo desde el principio, pero él con esa grilluéra.

¡Ya vaaaa!, grita furioso el cabo al oír el tercer Áaaleeex, y se va, a hacer el mandado que ordenó su mamá.

¿Qué hace ahora el sargento? ¿Se rinde? ¿O pelea hasta lo último como los guapos, igualito que en la televisión? El sargento suspira. Ahora está solo, escondido entre las matas, y oye las voces buscándolo. Está perdido, como aquel vaquero de la que pasaron el domingo. No se va a caer a mentiras él mismo. Se acuerda de Karina, de Karina y saca de su bolsillo Maracaibo, 20 de noviembre de 1985, en la letra de la señora Noemí que fue quien le hizo el favor de escribir mientras él dictaba, porque al sargento no se le entiende bien la letra (lo rasparon por tercera vez en segundo grado y tiene que repetir el año que viene), Querida Karina, te escribo esta corta cartica, claro, el sargento no le iba a decir querida Karina esta carta te la está escribiendo la Sra. Noemí, te escribo esta corta cartica para decirte que yo te quiero mucho y como yo te quiero espero que tú me quieras a mí, y el sargento sonríe leyendo, está contento aunque sabe que dentro de breves instantes lo van a matar, Espérame mañana a las 8 de la noche en la esquina de que la Sra. Ramona, mañana ya es hoy, ¿irá ella? ¡Ojalá que vaya, Diosito! Yo no te he vuelto a hablar más desde el día que tú me cacheteaste, porque a mí me sintió mucho, pero a pesar de todo yo te sigo queriendo, que si la quiero, piensa, nojoda que si la quiero, lo que la quiero es verguita, Espero que no dejes de ir mañana para que hablemos y decidamos todo, –por supuesto que la Sra. Noemí retocó algunas partes por su propia iniciativa–, que hablemos y decidamos todo, para decirte en persona todo lo que te escribo aquí, (Espero que esta carta no la lea tu mamá), claro, es que si la lee esa señora, al sargento lo acusan y se le desbarataría la existencia, Recibe un beso y un abrazo de tu Junior, Diosito ojalá que vaya, ojalá que vaya y se oyen unas ramas rotas: el sargento guarda rápido la carta y mira a su derecha. Si pudiera llegar hasta el jergón viejo aquél, me meto por el hueco de la cerca y salgo a la casa de la señora Reina, doy la vuelta por la otra calle, les salgo por el otro lado y los friego a todos.

El sargento no pierde nada con intentarlo, cuenta tres y se lanza con todo, pero ¡pa pa pa pa pa pa pa pa pa!, lo estaban esperando y el sargento rueda, rueda, rueda en una agonía espectacular, y entonces es que se da cuenta de los temblores del mundo: los racimos haciendo así en el copito de la mata de mangos, la antena de parrillas de abanico en aquel zinc del techo, los cadáveres de las petacas atrapados en el cable, Espérame mañana a las 8 de la noche en la esquina de que la señora Ramona. El sargento ve los dedos índices de los malos echando humito todavía, el sargento musita un marditos, se le borra el mundo al sargento.

Los malos y alguno que otro cadáver organizan unas metras de hoyito mientras el cuerpo del sargento queda a medio sol dispuesto para el olvido. Entonces, desde una ventana surgen las palabras ¡Junioooor el almuerzo!

A las 8 de la noche en la esquina de que la señora Ramona, y el sargento resucita de entre los muertos.
1988